Chao MARCELO

¡Chao, Marcelo!
Dios debe tener una enorme agenda donde anota todas las explicaciones que necesitamos recibir de las cosas que no podemos entender... A veces es difícil dejar de ser tan humano y buscarle una razón a la tristeza de no entender porqué pasan las cosas a las personas que amamos o a nosotros mismos, sobre todo si en nuestra escala de conciencia consideramos que no son justas o que no las merecemos.
Marcelo era un encantador muchacho de 22 años. Con solo ver unas cuantas fotos uno deduce que era un eterno repartidor de sonrisas, tan sinceras y generosas como para dejar claro que no solo eran gratuitas, sino que le cambiaban el día a cualquier persona. No solo amaba su vida y tenía millones de planes por cumplir, sino que además la vivía demasiado simple, sin falsas posturas, sin cargas extras, simplemente viviendo de la mejor manera posible.
Su visión de existencia era tan positiva, que irradiaba esa energía en lo que hacía... y cómo no hacerlo si, recién terminada su carrera, tenía miles de amigos y unos papás que le enseñaron a ser un buen ser humano. Marcelo entendió el sentido de darse a querer, simplemente dando, simplemente sonriendo.
Su maravillosa existencia se cortó demasiado pronto... talvez más pronto de lo que uno humanamente está dispuesto a entender.
Volante y licor. Talvez por haber conocido a Marcelo es mucho más difícil entender qué puede pasar por la mente de una persona que ha ingerido 20 cervezas o un una botella de whiskey, cuando se atreve a tomar un volante sin la menor conciencia de que esa acción puede cambiar su vida definitivamente y la de muchos otros.
Y es que el destino nos juega a veces pasadas que no esperamos... puede ser que la decisión de conducir con alcohol dependa de que solo fueron un par de tragos, o de preocuparse de tomar el camino que donde no haya un retén para evitarse una multa de tránsito o perder el carro en el peor de los casos.
Lo triste es que el peor de los casos es no entender que ese egoísmo tan humano de pensar solamente en el beneficio propio, en preocuparse por no ganarse una multa que al fin y al cabo es bien merecida, cuando lo que debería prevalecer es ir un poco más allá y entender que la calle está llena de vidas con metas, de personas que esperan llegar mañana a trabajar, darle un beso a sus hijos al llegar a casa o simplemente continuar una historia de vida que está empezando o a medio camino.
Uno debería entender que esa decisión de querer manejar con licor, independiente de la cantidad que sea, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte, entre la de un papá que entristece porque al llamar a su Marcelo nadie responderá el teléfono, porque se quedó pendiente el sueño de ir juntos al Mundial y la esperanza troncada de la beca en Estados Unidos que estaba tan pronta a cumplirse.
¿Qué pasará por la mente de esta persona en este preciso instante? La diferencia entre muchas cosas en la vida depende de una decisión, que muchas veces obedece más al orgullo que a la razón misma. Probablemente ya sea muy tarde para arrepentirse para más de un chofer borracho, pero no es tarde para que hoy mismo, después de la oficina, después de la universidad o de día de tragos con los amigos, haya una sola persona que se detenga a pensar si vale la pena jugarse el riesgo.
Que imagine por unos segundos las consecuencias de su decisión, que entienda que todos tenemos un Marcelo cerca con nombres diferentes, pero que quiere llegar a su casa, y que a uno mismo lo esperan también porque es importante para alguien más, que no merece ese sufrimiento. Si solo una persona logra tomar conciencia' la vida de Marcelo valió la pena por una razón más... ¡Chao, Marcelo!